Las razones del desencuentro en la pareja

 

Saber sobre los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro ayudará a entender y aceptar que desde diversos aspectos, algunos  biológicos, somos diferentes.

 

Es sabido que la mayoría de las mujeres tienen preponderancia a la mirada holística y los hombres a la mirada focalizada.

La mirada masculina tiene que ver con la actitud de dividir, analizar, focalizar, cambiar, en fin, con lo activo, que los neurobiólogos suelen identificar con la función del hemicerebro izquierdo (el dominante).

 

La mirada femenina, en cambio, tiene más que ver con la conciencia de unidad, la capacidad receptiva, de espera, con la predisposición para entablar relaciones, soñar y crear (funciones aparentemente de jerarquía para el hemicerebro derecho).

 

En La Enfermedad como Camino, Dethlefsen y Dahlke dicen: “Uno y otro hemisferio se diferencian claramente por sus funciones, su capacidad y sus respectivas responsabilidades.

 

El hemisferio izquierdo podría denominarse el hemisferio verbal, pues es el encargado de la lógica y la estructura del lenguaje, de la lectura y la escritura; descifra analítica y racionalmente todos los estímulos de esta área, es decir que piensa en forma digital. Es también el encargado del cálculo y la numeración. La noción del tiempo se alberga asimismo en el hemisferio izquierdo.

 

En el hemisferio derecho encontramos todas las facultades opuestas: en lugar de capacidad analítica, la visión de conjunto de ideas, funciones y estructuras complejas. Esta mitad cerebral permite concebir un todo partiendo de una pequeña parte. También corresponde al hemisferio derecho la facultad de concepciones y estructuraciones de elementos lógicos que no existen en la realidad. Aquí reside también el pensamiento analógico y el arte para utilizar los símbolos.

El hemisferio derecho genera también las fantasías y los sueños de la imaginación y desconoce la noción del tiempo que posee el hemisferio izquierdo.”

 

En las mujeres parece predominar el hemisferio derecho y en los hombres el izquierdo.

 

Norberto Levy dice:

“Así como existe una relación de pareja con otro ser humano, existe una relación de pareja interior entre los aspectos femeninos y masculinos de la propia individualidad”.

 

Todos estamos constituidos como polaridades. Tenemos aspectos masculinos y femeninos, activos y pasivos, débiles y fuertes. El asunto es que si nos identificamos culturalmente con uno solo de estos aspectos polares, proyectaremos el otro en el afuera.

La confusión que se da habitualmente es creer que mi pareja es la causa de mi conflicto, sin darme cuenta de que se trata de un conflicto interno entre dos aspectos polarizados de los que no soy consciente.

 

La misma energía que utilizo para pelearme con mi pareja, puedo ocupar en descubrir qué me pasa a mí con el problema.

Muchas dificultades de las parejas, tienen que ver con la  no aceptación de la diferencia de miradas entre el hombre y la mujer (lo masculino y lo femenino).

 

¿Cómo se armonizan dos personas que viven en mundos diferentes?

¿Cómo se pueden comunicar un hombre y una mujer si están en diferentes frecuencias?

 

Sólo si pueden abandonar la idea de que hay un único punto de vista.

Es nefasto creer que el mío es el único lugar de análisis, pero tampoco es sano dejarme convencer de que el tuyo es lugar de la mirada privilegiada. Es imprescindible incorporar las dos maneras de estar en el mundo, para integrase como personas y con el otro.

Respeto mi identidad y mi forma de ser en el mundo y, a partir de allí, doy y reclamo respeto.

 

El problema en el contacto es que, si no tengo la flexibilidad de ir de un nivel a otro, cuando estoy instalado en uno de ellos tiendo a repudiar a mi compañera/o.

Si me lanzo a la aventura de entender tu cabeza, incorporo cosas nuevas pero sobre todo te incorporo a ti.

El desafío de la pareja pasa por abrirse a una forma diferente de estar en el mundo e integrarla en mí mismo. Abrirse a un pensamiento nuevo, a una manera diferente de encarar la vida.

 

El amor empieza cuando descubro al otro. Ya no es una idea de lo que debería ser, es alguien nuevo que me sorprende con su originalidad, su nueva manera de pensar. Mientras que si trato de encajar al otro en mis viejas ideas, no pasa nada. Abrirse al amor es abrirse a lo nuevo... Amar es abrirse a lo real.

 

Hay dos maneras de estar en el mundo: una seria, desde la conciencia focalizada, y otra difusa, abarcativa.

 

La primera tiene que ver con la lógica y es la mirada analítica.

La segunda tiene que ver con percibir el mundo holísticamente, como una totalidad, e incluye las emociones y las vivencias; es la mirada experiencial.

 

Cuando dos personas tratan de comunicarse y una está hablando desde la lógica y la otra desde lo que le pasa, el encuentro es imposible. Es como intentar una comunicación desde dos idiomas distintos, un choque de paradigmas.

Es fundamental darnos cuenta desde dónde me está hablando el otro. Cómo es la manera del otro de pensarse, de pensarme, de pensar lo que nos pasa.

Si yo estoy acostumbrado a ver las cosas desde mi conciencia difusa o desde mi intuición, querer encontrarme en armonía con otro que mira la vida desde la coherencia es, en principio, una pretensión de posibilidad casi nula.

 

He de abrirme  a entender otra manera de ver las cosas, y entonces no sólo podré encontrarme con el otro, sino que incorporaré para mí mismo esa otra manera de estar en el mundo.

Si una pareja plantea un problema y él lo ve desde la lógica y ella desde lo que siente, es muy difícil que se entiendan, si antes no perciben y aceptan como punto de partida estas diferencias.

 

Afortunadamente, en la actualidad hay un cambio: las mujeres están ocupándose de desarrollar el lado masculino y los hombres el femenino.

 

Si yo acepto y respeto tu mirada y la voy integrando con la mía, eso es crecimiento para mí; si la rechazo tratando de convencerte de lo que pienso, me quedo solo e igual a mí mismo.

Sin embargo, esto es lo que hacemos: tratar de que el otro haga las cosas como a nosotros nos parece, sin detenernos a pensar que el otro puede darnos una opción mejor, diferente, nueva.

 

Otra actitud que impide el encuentro, es la  dificultad para estar presentes. Si nos escondemos detrás de disfraces, no podemos tener contacto con nadie, pues nadie puede conectar verdaderamente con un personaje.

 

Otra forma de no estar es el autoengaño; las personas no se dan cuenta de lo que les pasa, pero casi siempre tienen una explicación coherente de su sufrimiento, un libreto que justifica todo lo que les pasa pero que realmente no tiene nada que ver con su verdadero dolor.

¿Cómo podría alguien ayudarme o entenderme, si yo mismo estoy confundido respecto a lo que me lastima o a lo que necesito?

 

El tercer tema es la dificultad para escuchar. Esperar con más o menos paciencia a que el otro termine de hablar sólo para poder decir lo que ya estábamos pensando, no necesariamente es dialogar, sino muchas veces la mezcla y superposición de dos monólogos...

 

 

En estos casos las personas no se conectan para nada con lo que el otro dice, no se escuchan porque cada uno ya decidió que tiene la razón y, por lo tanto, lo único que están dispuestos a hacer es esperar que sea su turno para poder argumentar y demostrarlo.

 

 

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