El cerebro consta de redes neuronales, estas están todas interconectadas, y esta interconexión es la que elabora ideas complejas, recuerdos emociones, cada uno tiene su propia colección de experiencias y habilidades representadas en ellas.
Todas nuestras experiencias dan formas al tejido neurológico, todas nuestras creencias, lo que hemos sentido, si fuimos amados o no, la cultura, los lugares donde vivimos, etc., con lo que está pasando en nuestra percepción y en nuestro mundo.
Cuando recibimos estímulos del ambiente que nos rodea, ciertos aspectos de estas redes neuronales van a conectarse o a desconectarse y van a producir modificaciones químicas en el cerebro. Estos cambios químicos a su vez, producen reacciones emocionales, colorean nuestras percepciones y condicionas las respuestas a las personas y acontecimientos de nuestra vida.
Desde las neurociencias, podemos considerar que todas las emociones, los recuerdos, las actitudes y los conceptos, están codificados neuronalmente y se interconectan, el resultado es lo que denominamos ―personalidad.
Así como las células del cuerpo se juntan e interrelacionan para producir un organismo en funcionamiento, de igual manera todas las redes neuronales se interrelacionan o asocian para producir esta entidad que llamamos nuestra personalidad..
Sabemos que lo que nos diferencia de otras especies es el lóbulo frontal, y su proporción con respecto al cerebro. Este lóbulo frontal es un área del cerebro que nos permite centralizar la atención y concentrarnos. Es crucial para la toma de decisiones y para mantener firmes las intenciones, nos permite extraer información del medio que nos rodea y de nuestro depósito de recuerdos, procesarla y tomar decisiones o realizar elecciones a partir de las decisiones y elecciones pasadas. Ahora, estas elecciones en su mayoría no son libres, son respuestas condicionadas, aprendidas, automáticas, a los estímulos. O sea que, frente al estímulo, en vez de responder, generalmente repetimos, reaccionamos.
Pero hay otra manera de funcionar que es respondiendo: cuando nos convertimos en observador de los estímulos, tomamos distancia, nos alejamos de la conducta habitual. El lóbulo frontal toma la información que hemos desarrollado a lo largo de nuestra vida mediante la experiencia, y los datos intelectuales facticos.
Cuando reaccionamos, las redes neuronales biológicas realizan adicción, el cerebro reacciona ante su medio, y ciertos aspectos del cerebro se vuelven centros automáticos que hacen que el cuerpo responda.
En el caso de elegir la respuesta, la conciencia se mueve por el cerebro y lo utiliza para examinar sus opciones y posibilidades. En lugar que el cerebro funcione en piloto automático y nos dirija, somos nosotros que lo utilizamos, como un instrumento. La conciencia comienza a tener dominio sobre el cuerpo.
Son nuestros pensamientos que provocan reacciones químicas que nos llevan a la adicción de comportamiento y sensaciones.
Las neurociencias están demostrando que cuando aprendemos como se crean esos malos hábitos, no solo podemos romperlos, sino también reprogramar nuestro cerebro para que aparezcan en nuestra vida comportamientos nuevos.
Los genes son como interruptores y el estado químico en el que vivimos, hace que algunos estén encendidos y otros apagados. Cada vez que pensamos, fabricamos sustancias químicas, y estas actúan como señales que nos permiten sentir exactamente como estábamos pensando. Por eso, si tienes un pensamiento de preocupación, al poco rato, te sientes preocupado.
Hay que comprender que en el momento en que empezamos a sentir de la manera en que pensamos, empezamos a pensar de la manera en que sentimos. Esto es importante tenerlo en cuenta en el funcionamiento diario.
Este mecanismo produce más química de tensión, y nos costara salir del estado emocional en el que nos encontramos. Entramos en un círculo vicioso, como dice Joe Dispenza, entramos en un ―estado de ser, la repetición de estas señales, hace que algunos genes estén activados y otros apagados. Y luego nos creemos ser el estado y decimos: soy una persona preocupada, infeliz, negativa, llena de resentimiento, miedosa, etc.
Así lo que hacemos es memorizar la continuidad química y definirnos de esa manera. Nuestro organismo se acostumbra al nivel de sustancias químicas que circulan en el torrente sanguíneo, rodeando nuestras células o inundando nuestro cerebro. Cualquier perturbación en esta composición química constante, regular y confortable para nuestro cuerpo, dará como resultado un malestar.
Algo que podemos hacer es cambiar la química mediante el cambio de pensamientos, pero no se trata solo de cambiar la química cerebral, hemos de cambiar también los circuitos cerebrales y redes neuronales. Al enseñar al cerebro a pensar con otros patrones o secuencias, estamos creando una nueva mente.
El principio de las neurociencias es que si las células neuronales se activan conjuntamente, se entrelazan creando una conexión más permanente. Una persona, ante una situación por más nueva que sea, recurre a esa conexión, es decir repite el mismo pensamiento una y otra vez, y da las mismas respuestas. Su cerebro no cambia y vive la misma mente cada día.
Conviene aprender a interrumpir esos ciclos a través del proceso de ser cada vez más conscientes y de experimentar que podemos cambiar el cerebro, y esto es posible gracias a la neuroplasticidad cerebral, que no es otra cosa que poner en actividad la neurogénesis, entendida como la capacidad de modificar y desarrollar el cerebro.
Las emociones y los sentimientos son el producto final, resultado de nuestras experiencias que están internalizadas en nuestro cuerpo y en nuestro cerebro. Si no hay experiencias nuevas o vividas de otra manera, vivimos siempre en la actualización de sentimientos pasados. Se repite el mismo proceso químico una y otra vez.
El solo hecho de recordar, es capaz de poner en marcha las reacciones químicas del cerebro. El tema es ¿realmente quieres cambiar?
Se trata de desaprender y reaprender. A medida que vamos pensando menos en una situación que está grabada en nuestro cerebro en forma de red, la conexión con ella se reduce hasta que desaparece.
Los pensamientos saludables tienen un efecto intenso sobre el comportamiento y los genes. Cuando decidimos cambiar un pensamiento, una creencia o una respuesta emocional frente a cualquier estímulo, debemos cambiar o modificar la red neuronal que se instaló en nuestro cerebro producto de experiencias o informaciones que hemos recibido.