Haciéndole espacio a las emociones

 

Todas las emociones tienen una razón de ser, si frecuentemente nos hacen sufrir, es porque les oponemos resistencia y no sabemos manejarlas con habilidad. En lugar de aprovecharlas como fuente de energía vital, son ellas las que nos utilizan y dominan.

Vicente Simón

 

El corazón es el espacio que acoge, escucha y siente a la emoción. Para abrirnos al lenguaje de la emoción tenemos que ofrecer esta espaciosidad, incondicionalmente.

 

¿Qué es una emoción?

Etimológicamente, el termino emoción viene del latín emotio, que significa “movimiento o impulso”, “aquello que te mueve hacia” o “el impuso que mueve a la acción”.

 En términos biológicos, las emociones se originaron como un recurso de adaptación de los seres vivos, que facilitaban la toma de decisiones ante los estímulos que se presentaban en su medio vital; de estas decisiones dependía, en muchos casos, la propia supervivencia.

Ante una situación comprometida estos recursos podían llevar a huir o a luchar, a acercarse o alejarse, generar respuestas de atracción o repulsión, de asco o de apetencia.

 

En los seres humanos estos recursos primitivos se han sofisticado tan profunda y delicadamente que, de hecho, se han revelado como el verdadero potencial de nuestra naturaleza creativa, se han convertido en el lenguaje para expresar toda la riqueza y la posibilidad de nuestra experiencia en la vida.

 

 Como señala la investigación científica:

La emoción es más compleja que el pensamiento, ya que además de un componente cognitivo, consta una activación fisiológica (energética), una conducta expresiva (conductual) y sentimientos subjetivos (experiencial). La emoción, en toda su complejidad, permite integrar y coordinar por tanto el pensamiento, el comportamiento y la reacción fisiológica.

 No hay tal cosa como una emoción que no dependa de una interpretación cognitiva, ni un pensamiento que sea relevante si no nos emociona.

 

En los seres humanos el cerebro emocional se forma mucho antes que el racional, sin embargo, como civilización tecnológica e industrial, hemos sobreexplotado la inteligencia racional, y apenas hemos comenzado a rescatar la inteligencia emocional oculta y relegada.

 

En estos tiempos de cambio, es muy frecuente escuchar referencias sobre temas de gestión o regulación emocional, de alguna manera es algo que todos vivimos muy de cerca, algo que afecta nuestra relación con el mundo de manera fundamental.

 

Todo el mundo tiene emociones, pero no todo el mundo sabe manejarlas o procesarlas adecuadamente. De hecho, pareciera que nuestra educación hubiera pasado esto por alto. Lo que es evidente es que esta desconexión de nuestra “inteligencia emocional” ha generado mucho conflicto y confusión en el mundo, en nuestras relaciones, y en nosotros mismos, y ahora surge la oportunidad para afrontarlo.

 

 En la década de los noventa Saloyev y Mayer estudiaron y describieron esta inteligencia como “la capacidad de percibir los sentimientos y mociones de uno mismo y de los demás, y utilizar esta información para guiar nuestro pensamiento y nuestras acciones”.

Después Daniel Goleman popularizó este término en su famosa obra “Inteligencia Emocional”, haciendo hincapié en la toma de conciencia de nuestras emociones y en la comprensión hacia las de los demás, en la tolerancia a la presión emocional, y a la actitud empática y social. Aspectos como la motivación, el sostener nuestros impulsos reactivos, o la regulación de nuestros propios estados de ánimo, también fueron contemplados como atributos de esta inteligencia.

 

Hoy en día, nadie cuestiona la importancia de todo esto, de hecho, vislumbramos la madurez emocional como un aspecto crucial tanto en el desarrollo de nuestra vida individual como en nuestro momento como humanidad. Tranquilamente podríamos afirmar que nos encontramos a las puertas de un nuevo salto evolutivo, un momento donde meditación y gestión emocional se entretejen dando lugar a una modalidad de vida completamente diferente.

 

 Regular las emociones es el próximo paso en la evolución humana. Instituto HeartMath

 

Hasta ahora, parecía que la relación con nuestras emociones podía establecerse únicamente a través de la expresión o de la represión; la expresión -si es inconsciente y reactiva- puede dañar a los demás, y la represión me hace daño a mí mismo.

 

Ahora bien, podemos aprender a expresar sin volcar nuestra energía en los demás, haciéndola consciente y haciéndonos responsables, o bien podemos aprender a “transmutar”; entre la expresión y la represión aparece la posibilidad de la transmutación.

 

La “madurez emocional” es un proceso, y todo comienza por la toma de conciencia de nuestras emociones.

 

“Despertar a las emociones significa sentirlas, nada más y nada menos.” Jack Kornfield

 

Cuando meditamos ofrecemos un espacio que contiene, escucha y siente a la emoción:  lo llamamos “presencia en la emoción”.

Nos hacemos plenamente conscientes de la emoción que está presente, respirando, sin ser arrastrados… Vivimos la emoción, pero no nos perdemos en ella… No nos enganchamos, pero tampoco lo evitamos, ofrecemos espacio, espacio y ternura, simplemente… Esta presencia compasiva que nos brinda la meditación es el aspecto clave en la gestión de las emociones difíciles.

 

 

Mientras nuestras emociones fluyan, podemos trabajar con ellas. En el momento en el que las interpretamos con historia, haciéndolas significar algo, las congelamos y se convierten en roca dura que bloquea nuestra fuerza vital.

 

Si estuviésemos dispuestos a sumergirnos en nuestros sentimientos dolorosos, el proceso sanador comenzaría automáticamente. Las emociones no son energías fijas, se transforman de manera natural y continua de una a otra.

Si evitamos sentirlas, paramos el proceso de transmutación y la energía se estanca en nosotros. Las emociones no siempre se transforman rápidamente de una a otra (aunque, de hecho, una persona emocionalmente sana puede desplegar una gran gama de emociones en un período muy corto de tiempo). La única manera en la que se transforman es con aceptación incondicional.

 

Debemos QUERER quedarnos con nuestro dolor, enfado, tristeza, etc., tanto como dure la sensación corporal, ya sean minutos, horas, días o semanas.

Simplemente acepta todo lo que ocurra. Permite que cada experiencia sea lo que tenga que ser, libre de juicio y totalmente transparente.

Shinko Pérez y Shishin Whick. 

 

 

1. Parar, respirar.

Parar, llevar nuestra atención a ese movimiento emocional que emerge. Respirar profundamente. Nuestra respiración abre el espacio, ofrece nuestra disponibilidad. Posamos la atención en la respiración y en aquellas zonas del cuerpo donde la emoción se refleje. Respiramos la emoción.

 

 2. Hacernos  responsables

 Hacerse responsable es asumir cada emoción que vivimos como algo íntimo. Cada emoción surge de nuestro interior y nadie puede procesarla por nosotros. La emoción ya está presente en mí, no me es ajena.

En realidad, nadie “me hace” nada, sólo “me lo mueve”. El otro solo despierta lo que habita en mí, el otro es el “despertador”.

Si no me hago responsable de mi estado interior, entonces hago responsable al otro, y entonces es cuando me convierto en su esclavo. Si mi estado interior está a merced de fuerzas ajenas a mi propio ser, también sitúo fuera de mí la libertad y el poder de transformarlo.

 

3. Presencia en la emoción.

Tomamos conciencia de todos los aspectos de la emoción que estamos viviendo. Nos permitimos sentirla plenamente, vivirla de manera directa, sin discurso intelectual, sin narraciones (recordamos que para que la emoción pueda ser trasformada ha de estar exenta de todo juicio). Todo comienza por aprender a reconocer nuestras emociones. 

 A veces, éstas se presentan de manera muy difusa, muy abstracta.

 

Podemos comenzar por lo más básico: esta emoción ¿Me expande o me contrae, me abre o me cierra?

 

Después, podemos tratar de nombrar la emoción, esto nos facilita reconocerla, objetivarla. ¿Qué emoción es ? ¿Es ira, miedo, alegría, tristeza, etc.?

 

También podemos sentir dónde se refleja en el cuerpo, podemos incluso percibir su forma, su temperatura, su densidad…

 

Y también podemos “darle voz”: si la emoción pudiera hablar, ¿Qué diría? ¿Qué expresaría? ¿Qué es lo que está pidiendo? ¿Qué necesidad manifiesta? ¿Qué nos impulsa a hacer?

 

Tras reconocerla podemos abrirnos a su motivación profunda, aquello que en realidad le está confiriendo su energía. ¿De dónde proviene, qué la genera, con qué me conecta? ¿Existe otra emoción detrás de la emoción?

 

Observamos sin juzgar todo el proceso psicofísico que desencadena la experiencia emocional que estamos viviendo.

 

4. Aceptación y autocompasión.

Sea cual sea la experiencia que estamos viviendo, la aceptamos incondicionalmente. Permitimos que la emoción se exprese con libertad y absoluta legitimidad, abrimos el espacio necesario para que todo su potencial se despliegue y evolucione en nuestro interior sin restricciones.

 

Y si duele, nos damos cariño… Liberamos el amor y nos procuramos esa ternura capaz de aliviar el dolor que sentimos.

El monje vietnamita Thich Nhat Hanh utiliza la imagen de la madre que consuela al niño que llora, acunándolo en sus brazos. La madre somos nosotros y el niño es la emoción que abrazamos. La madre comprende al niño, acepta lo que le pasa y lo consuela dándole su cariño. Así, el niño se calma. Esta imagen refleja maravillosamente lo que significa “darse cariño” ante una emoción dolorosa.

 

 5. Soltar la emoción.

Suavemente, dejamos que la energía de la emoción siga su curso naturalmente, que se atenúe, hasta que se desvanezca.

Recordar que yo soy el espacio, no la emoción, propicia este flujo natural de la energía.

La respiración puede ensanchar tanto nuestro espacio interior que lo que inicialmente aparecía como un torrente desbordado se convierta en un riachuelo que atraviesa el amplio valle de la consciencia.

La emoción como una pompa de jabón en nuestra espaciosidad inmensurable.

 

6. Actuar o no actuar.

Todo termina en seguir “la necesidad del instante”. Según sean las circunstancias, actuaremos o lo dejaremos estar. La misma inteligencia del corazón nos ofrecerá la “solución”.

 

 “Si logramos la transformación y encauzamiento de la energía de las emociones, seremos capaces de articular una respuesta integradora y apropiada a la situación que las originó.”

Vicente Simón 

 

 

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